lunes, 31 de enero de 2011

La perfección no da la felicidad...

La perfección no da la felicidad...

Rumania, 29 de noviembre de 1989…
Era una noche muy fría, Nadia estuvo caminando todo el trayecto tratando de pensar que lo que estaba haciendo era lo mejor que podía hacer. Seguía los pasos de un mercenario a través del bosque por un camino bronco y pantanoso. El lodo le llegaba hasta las rodillas. No iban solos, más gente trataba de dejar atrás la tiranía y la tristeza de un país corrupto. Esa noche treparon siete cercas de alambre de espino. En su autobiografía, Cartas a una joven gimnasta, Nadia declaró que estaba literalmente «cubierta de sangre».  En ese momento no se sentía como la niña que consiguió la perfección. Llegaron a Hungría, subió a un todoterreno  hacia Austria pidió asilo político y tomó un avión hasta Estados Unidos. Allí comenzó a vivir su exilio, su verdadera vida.
La perfección no da la felicidad. Nadia Comaneci nació en la ciudad de Onesti en 1961. Tuvo una infancia normal hasta que a los seis años fue vista por Bela Karoloyi, entrenador de una escuela experimental de gimnasia próxima al lugar. Comenzó a entrenar. Se estaba preparando para ser una gran gimnasta, una profesional. Empezó a competir, era una niña prodigio, lo ganaba todo. Fue en 1976, después de haber cosechado algunas medallas de oro en competiciones nacionales e internacionales, siendo una mujer madura de tan sólo 15 años, cuando sucedió lo inesperado. Llegó a los Juegos Olímpicos de Montreal y lo que consiguió traspasó la historia. No sólo destronó a la reina Olga Korbut, sino que fue la primera mujer en conseguir un 10 en las barras asimétricas. Ni siquiera los marcadores estaban preparados para poner dos dígitos antes de la coma. El ejercicio perfecto era posible. Nadia Comaneci materializó la perfección.
En menos de una semana, ya aparecía en la portada de Time, Newsweek y Sports Illustrated. «Es perfecta», declaraba Time en su portada. Pero a su triunfante regreso, la vida en Rumania se tornó cada vez más sombría bajo el régimen de Nicolae Ceausescu. Fue recibida en su país como una heroína, lo que no sabía la gente era lo que ocurría detrás de los flashes. La revista Newsweek publicó que Nadia Comaneci vivía como una estrella del rock y que Ceausescu le había dado una villa de ocho habitaciones, joyas, un coche y una numerosa plantilla de sirvientes. Entonces, ¿por qué huir del país? El detonante, la fuga que protagonizaron sus entrenadores Bela y Martha Karoloyi en 1981. A partir de entonces temiendo que desertara ella también, fue sometida a una rigurosa vigilancia. Tenía totalmente prohibido salir del país a competir. Estaba harta.
Aún así siguió cosechando éxitos. En 1980, obtuvo dos nuevas medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Moscú, en suelo y barra de equilibrio, y el segundo puesto en la general individual. Desde luego entonces, nada se sabía de las maldades que le hacían el dictador Ceausescu y su propio padre. Con 23 años se retiró de la competición activa para convertirse en entrenadora. Finalmente su capacidad de superación y una huida clandestina le llevaron a la libertad. Se casó con Bart Conner, un gimnasta laureado: «En el transcurso de 30 años, la gente y la cultura habían sido prácticamente destruidas, y mi casamiento fue una oportunidad para que todos volvieran a enamorarse de Rumania», dijo Nadia. A día de hoy, todavía se puede ver la perfección lograda en los ojos de esta gran ex gimnasta. La perfección se puede encontrara en cualquier parte y Nadia ha sabido dirigirla hacia la bondad, la caridad y la felicidad.

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